Desde 1992, el Reglamento de Circulación vigente obliga a utilizarlo a todos los pasajeros en cualquier tipo de recorrido urbano o interurbano, por corto que éste sea.
El sencillo acto de abrocharse el cinturón de seguridad disminuye en más de un 40% el número de muertos y heridos. A modo de ejemplo, de las 4.464 personas fallecidas en 1996, con el cinturón habrían sobrevivido unas 1.785 personas.
Como dispositivo de seguridad pasiva (sistemas que protegen a los ocupantes del vehículo cuando ya se ha producido el accidente, aminorando sus consecuencias), el cinturón de seguridad cumple un doble cometido: protege tanto de salir despedido del habitáculo como de impactar contra el parabrisas.
Una frenada brusca o una colisión provocan que los ocupantes salgan impulsados hacia delante con tanta fuerza como la velocidad a la que circule el vehículo y la intensidad con que se pise el pedal del freno. Así, a 60 km/h la fuerza de impacto contra el parabrisas equivaldría a 30 veces el peso del conductor o los pasajeros; por ejemplo: 70 kilos x 30 = 2.100 kilogramos. Las consecuencias en daños personales son más graves si el que sale despedido es el pasajero de los asientos traseros, pues impactará con la fuerza antes mencionada contra los ocupantes de los asientos delanteros.
El cinturón de seguridad debe llevarse bien ajustado y a la altura apropiada para que resulte cómodo, y sin nigún tipo de pinza o artilugio que impida su correcto funcionamiento.